DON CRISPÍN. UNA CRÓNICA FRONTERIZA
PRÓLOGO.
Jorge A. Bustamante
Permítaseme empezar con una nota personal. Conocí a don Crispín, como recurso para aliviar un persistente dolor de espalda. Su personalidad me resultó fascinante. Un recibimiento generoso fue sucedido por una aparente rutina habitual con la que me condujo gentilmente hacia su primer diagnóstico: “Tiene los músculos de la espalda hechos bola… Debe estar usted bajo muchas presiones” -me dijo. Acto seguido me fue señalando los sitios de mi espalda donde según él se habían acumulado las tensiones. Al terminar, parecía haber disuelto con sus manos los nudos de mi espalda que mantenían atrapado ese dolor que había estado conmigo con una asiduidad implacable, a partir de la primera hora de estar sentado.
La actitud de don Crispín era la de estar cumpliendo con un juramento hipocrático jamás suscrito ante el ritual de la academia, pero igualmente comprometedor con la misión de aliviar el dolor. Mientras lo hacía con notable habilidad, respondía con claridad y sencillez a mi curiosidad sobre su fama de pionero en el surgimiento de Tecate en el mapa de los asentamientos humanos fronterizos del norte de México.
La fama de don Crispín en Tecate y sus alrededores oscila entre su bondad extraordinaria, su honestidad impecable y su singular destreza para curar el dolor y devolver la salud con unas manos surtidas de quiropraxis y una memoria plena de conocimientos en herbolaria regional y de un inventario de curas tradicionales. Básicamente, don Crispín es uno de esos hombres ejemplarmente buenos que la modernidad está convirtiendo en especie en extinción.
El mérito de Víctor Alejandro Espinoza Valle es haber sacado a su abuelo de la cotidianidad para hacerlo protagonista de su propio testimonio. Al tomarse el trabajo de hacerlo, ha rescatado un material invaluable para los registros del pasado de la frontera del noroeste de México, en la mejor tradición de la historia oral. En este libro, don Crispín aparece como uno de esos testigos de su tiempo, cuya sencilla lucidez ofrece datos e interpretaciones que parecen ventanas por las que se puede observar el panorama de la identidad cultural de los mexicanos del septentrión. El testimonio de don Crispín es convertido por Víctor Alejandro en una importante contribución al conocimiento de las formas culturales de la frontera, tan necesitadas de comprensión en el centro del país donde aún imperan los estereotipos del fronterizo como un desnacionalizado por efecto de la cercanía geográfica con Estados Unidos. Frente a esos estereotipos, don Crispín sólo podría ser explicado como un caso aislado, rodeado por sus antítesis. La lectura del testimonio de don Crispín ilustra lo absurdo de tal explicación. Su vida cubre la corta historia de los asentamientos urbanos de Baja California, donde la preservación de los valores, costumbres, creencias religiosas, patrones familiares de comportamiento, representan una cotidianidad cultural cuya identidad con lo mexicano se evidencia en el contraste con la “otredad” de la cultura anglosajona.
Esta obra no es sólo el homenaje emocional del nieto al abuelo. Aunque es una motivación legítima, no hubiera sido suficiente para la decisión institucional de publicarla. A juicio de los evaluadores externos se trata de un testimonio de valor excepcional para el entendimiento de una comunidad fronteriza. En mi opinión constituye una experiencia y punto de vista que son materia prima preciosa para un trabajo de desmitificación de la sociedad fronteriza. Por ejemplo, contrario a la creencia común en el centro de la República, la soberanía económica de Baja California en manos de mexicanos ha sido un fenómeno creciente. Como se puede apreciar de la experiencia de don Crispín, el control de la economía fronteriza estaba casi totalmente en manos de extranjeros a principios de siglo. Las economías de Tijuana y de Mexicali fueron originalmente inventadas por los estadunidenses. La primera surgió de la demanda de servicios y productos que no se ofrecían en territorio estadunidense por estar prohibidos. Tal fue el caso de las bebidas alcohólicas prohibidas por la Ley Volstead, conocida popularmente como “Ley Seca”. De las condiciones creadas por esta ley surgieron los bares y casinos donde se originó la leyenda negra de Tijuana. En la década de los 20, prácticamente todo lo que producía riqueza era propiedad de extranjeros. Los mexicanos no podían, ya no digamos ser propietarios de negocios, ni siquiera acceder a los trabajos de cierto nivel de salario. No se les permitía como choferes, meseros, croupiers, cocineros, etcétera. La reivindicación de la soberanía económica en Baja California empezó por los trabajos a donde no se les permitía llegar. Aquellas luchas del sindicalismo en Tijuana tuvieron una consigna que se podía leer en las paredes de los principales negocios: “El trabajo en Tijuana es para los que viven en Tijuana”. Desde esos tiempos al presente hay toda una historia de reconquista de la soberanía económica, cuyo reconocimiento es arrebatado por los estereotipos con que se ve al fronterizo desde el centro del país. Don Crispín participó activamente en aquellas luchas sindicales, que marcaron el origen de la reconquista de la economía de Baja California. La experiencia del abuelo, rescatada por Víctor Alejandro, nos habla del aislamiento de la parte más septentrional del país, cuya integración por carretera al resto de la nación aún no llega a los 50 años de historia. Del testimonio de don Crispín podemos inferir que la tendencia de la integración de una economía fronteriza a la del país vecino ha ido de total a parcial y no a la inversa como sugerirían los estereotipos.
Quizá la mayor riqueza del testimonio de don Crispín esté en lo que representa para el estudio de la cultura fronteriza. Nos ofrece un riquísimo muestrario de valores, creencias, normas, tradiciones y mitos que hablan del carácter del fronterizo de una manera contraria a las visiones estereotipadas. Ahora sabemos por las investigaciones realizadas en El Colegio de la Frontera Norte que la mexicanidad de los fronterizos se refuerza con la interacción con el extranjero y no al revés. El refuerzo de la mexicanidad en estas latitudes no quiere decir algo así como más que, o el doble de, la mexicanidad de los habitantes de otras regiones del país. Quiere decir una seguridad de ser lo que los vecinos no son. Es precisamente la interacción más intensa con el extranjero que caracteriza a la experiencia fronteriza lo que permite una definición más accesible de lo mexicano en la frontera. Lo mexicano acá, es lo no gringo.
Aunque de una manera diferente, la publicación de Don Crispín. Una crónica fronteriza se agregará a un título anterior: Las aventuras de don Chipote o cuando los pericos mamen, de Daniel Venegas, quien escribió esta novela por entregas a un periódico en español de Los Ángeles en la década de los veinte. Esta novela, pionera en su género, se refiere a la vida de los migrantes mexicanos en “los traques y en los files”. Sobre todo en la experiencia de don Crispín en los trabajos de construcción de los ferrocarriles en Estados Unidos, encontramos numerosas coincidencias con las experiencias del personaje don Chipote de la novela de Venegas. Ambas obras contribuyen al entendimiento de la realidad del fenómeno migratorio de trabajadores de México hacia Estados Unidos. Aunque Las aventuras de don Chipote es una obra de ficción y Don Crispín un testimonio de historia oral, hay en ellas una extraordinaria consistencia en la descripción de las condiciones de vida de los migrantes en las décadas de los años 20 y 30. Con estas dos obras, El Colegio de la Frontera Norte contribuye al entendimiento de la historia de este complejo fenómeno.